lunes, 26 de julio de 2010

CUENTO: AMISTADES PARA TODA LA VIDA





María no puede más, la pierna duele.
Piensa; son mis últimos pasos. Cerros de basura lastiman el cielo.
Cambia el entorno. Paisaje insólito. Todos se acostumbraron ya.
Correr hacia el tercer camión…
: imposible,
sólo sus compañeros y algunos perros cojos bajo la descarga. 
Aroma dulzón y podrido.
El basural titila, astro de medio día, brillo de  plástico,
latas, bolsas de polietileno,
cadáveres.

María sentada a los pies de uno de los cerros. Manos vacías:
desde hace años es parte del horizonte.
Levanta su pantalón raído, ve su herida como boca que grita…  

; en la quietud, las pequeñas se mueven dentro de la niña maría,  
a veces duermen como si no quisieran molestar más
su pierna purulenta

Doña Juana se compadece. Y la lleva a la clínica.
La sala de curaciones es estrecha…
: apenas cabe médico y  pepenadora.
María nunca había visto un piso tan blanco.

Él  médico mira la pantorrilla infectada.
Mejillas húmedas,  mortificación,
dolor.
Una enfermera de alcohol sana la herida.
Tenemos que sacarlas, Dice el doctor.
María dice: ¡no!
La niña hace un berrinche descomunal.
Extraen una por una. Ella dice: cada una tiene su nombre.
Nadie  escucha.
Le gusta el movimiento de las diminutas dentro de su pierna.
El médico saca la primera lombriz, 
se ensortija entre las pinzas del doctor, igual que las demás.
María, huye de la clínica.

En la mano: un frasco. (Universos de lombrices en un frasco)
Las pequeñas se mueven en su transparencia,
igual a fetos diminutos.  
Ella siente un vacío que duele como el abandono.
Se pregunta: ¿cómo pepenaré con una sola mano
si tengo que cuidar el frasco con la otra? 

María, es otra lombriz en la basura.

lunes, 28 de junio de 2010

CUENTO: EL PASEO





Rocky, el perro de Joaquín, está desesperado por salir a dar su paseo diario. Joaquín dice que regresera en un rato. Su mujer no presta demasiada atención y sigue lavando los trastes. Pasan varias horas, por fin, Joaquín regresa. Susana huele en su camisa el humo del tráfico de las seis de la tarde; sacude el lomo del perro, las pelusas grisáceas del anochecer. Pregunta por qué llegó tarde, pero Joaquín sólo levanta los hombros y suspira.
Al otro día y a la misma hora, el hombre vuelve a pasear al perro. Susana espera. Esta vez llega en la noche, con un acento extraño que apenas se percibe. Rocky lleva en sus patas el polvo de otro barrio, el polen de las magnolias de un patio escondido.
Se evaporan los días. Se marca, cada vez más, el acento extranjero de su esposa hasta no entender lo que dice. La mujer se siente invisible, como una historia que ya nadie se acuerda de contar.
Susana con las yemas de los dedos acaricia a la tristeza. Sospecha que la catástrofe está cerca. Un día Rocky le gruñe como si fuera una desconocida. Intenta estudiar las palabras que ahora son un misterio, agudiza el olfato y por las noches explora los tatuajes que dibujan lugares sobre la piel de su esposo. Descubre una habitación que aún huele a cama nueva y una ventana estrecha donde a penas se ve la silueta de Rocky, que ahora es otro perro, y la mascota de otro dueño. Susana temerosa de su ensoñación, arrastra su noche como una frazada que aprieta sobre su mejilla y huye a otro cuarto.
Ya se ven desde la bruma algunas estrellas como lunares palpitantes, ella logra, de golpe, entender todas las señales y las reduce a una frase: Joaquín y Rocky no van a regresar, ahora tienen una nueva dirección. Susana descansa: ya no tiene que esperarlos. Esa noche acostada en su cama, piensa que mañana cambiará la chapa de la puerta y tirará el plato mugroso del perro.

Gabriela d´Arbel

lunes, 26 de abril de 2010

LA CASA QUE SE ROBÓ A LA LUNA


Los ladrillos se desprenden de los cimientos. La casa va avanzando con lentitud, como un dinosaurio viejo. Cruza la calle, es un buque de dos pisos que se aleja. Por unos segundos pienso que se derrumbará, pero sigue moviéndose como si nada. 
Desbarata los patios, revienta los tendederos donde la ropa blanca intenta sostenerse. Su torre cuadrada se lleva los cables de luz. Parte en dos la calzada y captura a las plameras. Se aleja de mí. Sólo entré una vez y el recuerdo también se va, viaja con ella, lo puedo ver en el balcón central, es una mancha llena de imágenes que con los minutos se van desvaneciendo.
No puedo creer que ya no esté en su lugar, duró tantos años quieta, muy quieta, haciéndose vieja, tan familiar para los vecinos. Víctima de abandonos, de maltratos, de restauraciones. Quiero seguirla, pero avanza rápido y se pierde en las espaldas de los edificios. Desciende la noche, a pesar de la negrura, ahora es más fácil verla. En su andar la luna se atora en la torre, una mujer de lentes intenta liberarla. La casa no deja de avanzar. Puedo verla porque lleva su propio, inmenso foco encendido, todo lo demás es oscuridad. Es codiciosa por que en ella navegan los fantasmas que se fueron refugiando, con el tiempo, sobre las macetas del patio, dentro del sótano, entre la ropa del closet,  en el horno cálido del la cocina.
Ya no la veo, sólo a la luna que desistió de luchar por zafarse, se resigna a perder su rumbo y sigue el mapa que va dejando la casa por toda la ciudad. 
Ahora yo formó parte del caos que dejó a su paso, mi mente esta vacía, mis pensamientos se fueron con ella.

Cuento sacado del libro: la casa azul autora: Gabriela d´Arbel.

miércoles, 17 de marzo de 2010

CUENTO: MÁS ALLA DE TU INTIMIDAD







Me gusta cuando cortas pequeños pedazos de queso, cuando sólo pones un poco de leche en tu vaso. Comes tan poco. Me entretiene escucharte cuando, en voz alta, piensas en tus historias, cuando besas el espejo o huyes del silencio y lo rompes tarareando una canción.
No sabes cómo disfruto, cuando dejas la copa de vino en la sala y yo persigo tus huellas en su trasparencia, y gozo lamiendo las diminutas partículas de saliva que dejas en su canto. Sentir, por las noches, tus movimientos cuando duermes, a veces agitados, otras tan serenos como los fragmentos de luna que algunas veces no deja dormir a los muebles de tu cuarto. ¿Sabías que hablas mientras duermes, que cuentas anécdotas que sólo los grillos y los gatos pueden entender?
No sé cuánto tiempo pueda durar así, viviendo de ti. En los escondites que  se han vuelto cotidianos. Te veo desde el cuarto de servicio antes de que te  vayas, nunca te acabas la leche. Después bebo lo que quedó en tu vaso, devoro dos rebanadas de jamón, quizás un poco de queso. En las noches vivo debajo de tu cama y me cobija el polvo, y los ruidos que haces.
No me gustan tus fiestas porque me obligas a ir al sótano, no quiero que tus amigos me perciban. Lo bueno es que organizas muy pocas. No me quiero ir, me gustaría seguir comiendo tus manzanas, bañarme en tu tina y perseguir los cabellos que dejaste y aún flotan en el agua enjabonada.  Algunas veces estuve a punto de abrazarte y decirte que llevo mucho tiempo viviendo contigo; decirte que conozco cada movimiento tuyo, aún en la intimidad; que tu perro sabe que estoy aquí y ya me quiere.  Pero no te lo diré, quiero que esto dure un poco más.
La cotidianidad en que vives te protege y me protege.  Sé lo que harás y sé lo que haré. No quiero que llegue nadie a vivir contigo porque tomaré una decisión drástica, y dejaré salir mi rabia. Terminaremos en esta casa como en una tumba.
Cuento sacado del libro La casa azul, Autora: Gabriela d´Arbel. Protegido por derechos de autor.